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Del reformismo

Posted on 1 febrero, 202115 febrero, 2021 by Ramiro Restrepo

Las sociedades que han sabido combinar mercados y regulaciones, impuestos progresivos, ciencia y tecnología y gasto social, son hoy por hoy las que ostentan los mejores índices de prosperidad humana.

Del reformismo. Imagen tomada de Azul

El proceso histórico, por lo menos en los últimos dos siglos, muestra con meridiana claridad que las sociedades que han sabido combinar mercados y regulaciones, impuestos progresivos, ciencia y tecnología y gasto social (salud, educación, recreación, seguridad laboral), son hoy por hoy las que ostentan los mejores índices de prosperidad humana. Estos países presentan menores índices de delincuencia, mayor esperanza de vida, menor mortalidad infantil, mejores índices de salubridad, mayores niveles de educación y mayores índices de felicidad. Canadá, Nueva Zelanda y Europa Occidental superan a EEUU, al que (en nuestro país) siempre queremos imitar. Incluso, hoy por hoy donde mejor se desarrollan las economías circulares, las energías limpias y ciudades amables con el medio ambiente es en Europa del Norte, donde impera la socialdemocracia. Mientras, EEUU con el trumpismo ha retrocedido en regulaciones, impuestos progresistas y manejo medioambiental.

Con lo mal paradas que han quedado las revoluciones, por lo menos la francesa y las del “socialismo realmente existente”, todas terminadas inexorablemente en despotismo, no tenemos otra alternativa que el reformismo progresista: la socialdemocracia contra el capitalismo individualista. 

 

  • Ver El gran sesgo económico: causas e implicaciones ante la covid-19.
  • Ver Utilitarismo, más allá de la utilidad marginalista.

 

De la desigualdad

En El gran nivelador, Walter Scheide  muestra con suficiente brillantez lo que él denomina los cuatro jinetes de la violencia que, a lo largo de toda la historia de la humanidad, han sido las fuerzas transformadoras que han logrado las compresiones de la desigualdad: las revoluciones transformadoras, las movilizaciones militares de masas (sobre todo las dos guerras mundiales), las desintegraciones de estados y las pandemias. Todas ellas pasajeras hasta el punto de que en estado de “normalidad” la desigualdad, por desgracia para quienes aspiramos a lo contrario, aparece como el statu quo histórico. Pero tengamos en cuenta que esa mayor igualdad se ha conseguido al costo de hecatombes sociales,  lo que las hace indeseables como perspectivas para generar sociedades más justas.

Con excepción de las pandemias, los otros tres jinetes se han retirado de sus corceles (el autor escribió el texto antes de la actual pandemia de covid-19). Por lo visto hasta el momento, se  vislumbra que esta pandemia no va a lograr ninguna igualación: la mortalidad de la fuerza de trabajo no va a ser alta, los salarios parece que se van a contener, incluso van a caer y, aunque puede haber alguna pérdida de capitales, el  efecto parece que va a ser mayor concentración de riquezas e ingresos. Todo esto en el contexto actual está generando descontento e insatisfacciones sociales.

Que no quede la impresión de que la violencia es el igualador por excelencia. La mayor parte de la violencia en la historia ha sido concentradora de ingresos y riqueza: la acumulación primitiva de capital, la expropiación por los terratenientes a los campesinos, las dictaduras de derecha, las represiones a los sindicalistas, etc. Infortunadamente, las fuerzas igualadoras pacíficas no han sido tan operantes como las reformas agrarias o muy permanentes como las políticas fiscales progresistas.

Como lo describe Robert Musil en El hombre sin atributos, la lección del siglo XX fue que la búsqueda de la igualdad por una parte, y la defensa cerril del capital, por otra, han producido la más aterradora cantidad de sangre en la historia de la humanidad. La gran tragedia humana ha sido la lucha de los pros y los contra del capital en “este pabellón psiquiátrico  que orbita alrededor del sol”, como llama Woody Allen a la Tierra (2020).  En esa lucha han quedado abatidas la vida, la libertad y la igualdad. La vida parece ser sólo una sombra que nos guía y que sube a nuestro encuentro al final y que acaba resumiéndose en el miedo en un puñado de cieno.

Para el  desencanto,  la realización del marxismo se dio en revoluciones que produjeron un gran colapso del humanismo: distribución de pobreza, corrupción en manos de élites y miembros del partido único, represión y muerte de inocentes y de disidencias de todo tipo, aún las no reaccionarias, estancamiento del desarrollo cultural (este siempre se estanca si se reprime la crítica) y unas economías completamente ineficientes. Por eso, porque ya conocemos ese desastre, es necesario la crítica de los que nos quieren vender como “socialismos”. Las sociedades no se pueden generar como si fueran obras de  ingeniería, pero si hacerlas más justas mediante el activismo social, mediante la política reformista.

De la dicotomía

En el mundo contemporáneo se puede establecer una dicotomía entre el pensamiento provinciano y el pensamiento cosmopolita. Ya se puede objetar que hay grises, pero la dualidad es manifiesta en la actualidad. El pensamiento provinciano adora la “identidad nacional”, la “patria”, las economías cerradas,  la xenofobia,  la  “raza” y los “gobiernos fuertes” que garanticen esos “valores”. Los mueve el oscurantismo: la nación, la identidad y la seguridad. El pensamiento cosmopolita defiende las democracias, los mercados abiertos, la integración de los estados, las relaciones internacionales multilaterales, la solución global de problemas globales (el calentamiento global, las migraciones, resolución de conflictos internacionales, entre otros) para lo cual está dispuesto y cede autonomías nacionales. 

Bajo ese escenario el  mundo se mueve con dramatismo entre el capitalismo autoritario y el capitalismo democrático. El autoritarismo ronda en pos de una arcadia  nacionalista perdida. Mirándolo de otra forma las sociedades ineludiblemente se mantienen fracturadas entre quienes  buscan nuevos rumbos y quienes mantienen la  nostalgia por  el pasado y resistente a los cambios (García, 2020).

Colombia

Colombia es una sociedad donde campea la desigualdad, el desempleo, la informalidad, la pobreza, la pobreza extrema (que pueden ser mayores según la metodología que se aplqieu), la corrupción amplia, una estructura fiscal propicia a la evasión y elusión tributarias, la violencia  y la  anomia. En estas áreas se necesitan grandes reformas, pero sobre todo una ética sobre lo público para que mejore la eficiencia en el gasto público que alivie parte de  sus problemas estructurales. Fuera de eso impera el capitalismo de compinches o clientelista y ladrón: sectores empresariales durante muchos años con  dinámicas de cartelización y fijación de precios (Guevara, 2020) y empresarios financiadores de campañas políticas para capturar el Estado a punto de corruptelas.

A nuestros políticos  y gremios económicos dominantes poco les interesa la concentración de la tierra, el ingreso y la riqueza, ni cómo  afectan la democracia,  el mercado y el bienestar social. Y parece que los sufragantes  desconocen qué la democracia es la elección de políticas públicas que, aunque no se den cuenta, los afectan.

En síntesis, Colombia es una sociedad  irrespirable, con una  institucionalidad en crisis: con la  pobreza, la desigualdad y la delincuencia en permanente auge (Zableh, 2020) y la impunidad en el trono, sobre todo para los cuellos blancos. Sobre todo, se necesitan soluciones de fondo, políticas públicas bien diseñadas y que rompan la rampante corrupción.

En Colombia no se ha dado en ningún caso la   violencia como niveladora socioeconómica. Lo demuestran los respectivos índices de Gini: en el mundo rural colombiano, escenario fundamental de la violencia, Carlos Suescún muestra cómo en 2014 el índice de Gini en concentración de la propiedad en tierras alcanzaba  alrededor del 0,9 en departamentos como Córdoba y Meta, estructura claramente  funcional para el estatus  de los terratenientes colombianos que siempre han estado en el poder (Guevara, 2020) y han tenido la sartén por el mango para impedir cualquier intento de reforma agraria, recurriendo incluso a la más cruenta violencia como la del paramilitarismo. Asimismo, esa estructura agraria ha sido más especulativa que productiva. El índice Gini  de distribución de ingresos se situaba en 0.504, según el Banco Mundial. No se pueden verificar conflictos que hayan nivelado la distribución de ingresos y de riqueza (como los analizados por Walter Scheidel en El gran nivelador). Por el contrario, la violencia liberal-conservadora o el conflicto guerrillero han producido mayor concentración. Tal vez nos pasó lo que plantea Scheidel (2019), que “las guerras civiles en países en desarrollo son más proclives a aumentar la desigualdad”.

Aunque el fenómeno del narcotráfico vivido en nuestro país significaba algo de riqueza para ciertos estratos bajos en la distribución (quizás tuvimos la que denomino la Revolución del lumpen), a hoy, según el DANE, entre 2018 y 2019, la pobreza monetaria (la que se mide en términos de ingresos) en las zonas rurales pasó de 46 a 47,5 %, mientras que la urbana pasó de 31,4 a 32,3 %. Como se sabe  la pobreza rural genera migración a las ciudades a buscar oportunidades y agravan la pobreza urbana (Medina, 2020). Razón tiene Leal (2020) cuando concluye que “las escasas políticas que han buscado romper con la concentración del capital y el ingreso y con la tradicional acumulación de tierras y privilegios de terratenientes han fracasado”.

Colombia debe trascender la  visión desarrollista según la cual el crecimiento de la producción final de bienes y servicios basta por sí solo para generar bienestar social, puesto que, a partir de esta, se puede favorecer únicamente al capital privado, como se ha hecho. Y de paso se denosta del capital público, olvidando su complementariedad. Deben trazarse políticas públicas de bienestar, sin  preferencia por el gasto en “seguridad” militar y policial. La mayor seguridad depende más del gasto social, que del gasto asignado a la “defensa”. La mejor política de seguridad es una buena política de bienestar social, incluidos buenos salarios que eleven la demanda agregada y, por tanto, el mayor empleo.

Referencias

Scheidel, Walter. El Gran Nivelador. Crítica, 2019.

Guevara, Diego. El capitalismo de compinches y el fantasma del castrochavismo. El espectador, 10/30/2020.

Zableh, Durán, Adolfo. Ojo, mis perros. Qué personaje es Álvaro Uribe, él y quienes lo rodean. Qué señor intenso. Nada es suficiente para él. El tiempo, 10/30/2020.

iresearch.worldbank.org/PovcalNet/index.htm .

Mauricio García Villegas, Mauricio. Lidiar con la grandeza. El Espectador, 06/11/2020.

Medina Cartagena, María Alejandra. Ojo a la pobreza rural. El Espectador, 07/11/2020.

Leal, 08/11/2020Buitrago, Francisco. Complejidades nacionales. El Espectador, 

 

 

 

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Ramiro Restrepo

Ramiro Restrepo es profesor asociado de la Universidad Nacional de Colombia.

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